Con su característica gorra y algo acalorado, Juan Miguel León Moriche (Algeciras, 1963), llega con tiempo a la sede de Ecologistas en Acción de El Puerto de Santa María donde presenta su último libro, Memoria de mujer. Víctimas de la represión y resistentes del franquismo en el Campo de Gibraltar, una obra donde recoge el testimonio verídico de 41 mujeres de la comarca que cuentan cómo mataron a padres, abuelos, tíos y mujeres de sus familias y, sobre todo, cómo se quedaron las mujeres a las que les arrebataron a los suyos.
Moriche, como se le conoce en todo el mundo memorialista, insiste en que las entrevistas están trascritas de manera literal. “No he querido editarlas ni ponerlas bonitas como hacen los periodistas, aunque eso haga más difícil su lectura, pero la persona que las vaya a leer las va a apreciar mucho más”. Lo dice quien ha ejercido un periodismo valiente durante décadas. Desde una agencia de noticias en Madrid, a hacer prácticas en el Diario de Cádiz, formar parte del equipo fundador de Europa Sur, trabajar para El Xornal de Pontevedra, la revista Sentir Andalucía, el Grupo Información, hasta volver a Europa Sur, donde fue redactor jefe durante ocho años.
Pero “la censura económica y los nuevos rumbos derechistas”, lo alejaron de los medios convencionales. Volvió a Galicia a dar cursos en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de Santiago de Compostela sobre su experiencia en la profesión y la “deriva” del periodismo que había conocido, y de ahí surgió también un libro: El periodista desvelado, un pequeño compendio, con ejemplos prácticos y reales, de noticias que, como él dice, ponían en peligro acuerdos comerciales, ingresos publicitarios, relaciones institucionales con ayuntamientos o diputaciones o que intentaban desvelar los “trapos sucios” de las autoridades judiciales y políticas. “Me echaron por buen periodista”, concluye, queriendo cerrar este capítulo de su vida que aún supura. “Yo ya no me identifico con ser periodista, estoy cansado”, reconoce después de la pregunta obligada. “¿Es que le has dado mucho a la profesión?”. “Todo. Le he dado todo”.

Y, sin embargo, ese innato afán de preguntar y, sobre todo, de escuchar, han hecho que Juan Miguel León Moriche haya recogido testimonios que demuestran el “genocidio planificado que cometió el franquismo”, como dice sin ambages. Máxime, cuando a los relatos personales, se suman en libro, fuentes documentales y unas conclusiones cuantitativas y cualitativas que el autor ha hecho en función de todos los datos recogidos.
Memoria de una mujer es el resultado último de una investigación realizada gracias a las becas del Servicio de Memoria Democrática de la Diputación de Cádiz. En ese estudio, se recogieron en total 58 testimonios en entrevistas realizadas entre 2010 y diciembre de 2023. Más de diez años escuchando fusilamientos, vejaciones, violaciones, robos, hambre y miedo, mucho miedo. “En el libro hemos reducido las entrevistas a 41 para no hacerlo tan denso. Las primeras entrevistas las recogimos en Jimena en 2010 pero no las hicimos con la intención de incluirlas en un libro, sino que surgieron en el marco de las investigaciones que desde el Foro por la Memoria del Campo de Gibraltar estábamos haciendo para las exhumaciones del Cortijo del Marrufo. Luego vinieron las exhumaciones de Jimena, hemos intentado en La Línea. Así que cada vez que el Foro por La Memoria tiene algo gordo entre manos, además de investigar la documentación, se recuperan los testimonios”. “También -añade- hay mucha gente que se nos acerca porque mataron a su padre o a otro familiar”.
"Yo ya no me identifico con ser periodista, estoy cansado; le he dado todo"
¿Qué hacer entonces con todo ese material que terminaron de recoger él y su equipo de colaboradores en diciembre de 2023 en Algeciras? ¿Qué hacer con todas esas historias con nombres y apellidos? “Me decidí a centrarme en las mujeres porque, amen del auge del feminismo, hay una cosa que me han repetido tanto los hombres como las mujeres a los que he entrevistado, que es la situación en la que se habían quedado sus madres y abuelas. Me decían: pobrecito mi padre que lo mataron, pero es que a mi madre la dejaron con cinco hijos, sin trabajo, señalada, con mucho miedo y asustada porque venía la Guardia Civil. No veas, la vida que ha pasado mi madre. Sin lugar a dudas, las mujeres han sido doble o triplemente víctimas del franquismo y faltaban en la comarca estudios sobre la guerra, la posguerra y la represión hacia ellas”.
Como es el caso de Juana Barreno Ruiz. Su padre, Andrés Barreno Pérez, junto a su tío Antonio, fueron fusilados por las tropas franquistas. Su madre, Eleuteria Ruiz Carrillo, se quedó viuda con cuatro hijos, uno de ellos Juana, con menos de un año cuando todo pasó. Su madre, según cuenta, tuvo que coger una burra y los cuatro hijos e irse de La Sauceda hasta Jimena y luego, a Castellar. “Y allí nos hemos criado. Mi madre se echó a trabajar: lavar, planchar, pintar, coger garbanzos, poleo, hacer picón…”. Pero, “¿hablabais de tu padre”, le pregunta Juan y duele leer su respuesta. “…Mi madre era buenísima pero nunca se hablaba de eso. Yo le decía: mamá cuando mi padre…eso, qué pena, ¿no? Ella decía: yo dejé la pena en un rinconcito y me fui a trabajar, a criaros a ustedes”.

Y aunque la pena la llevara por dentro, bien resguardada, la dignidad no la perdió nunca. Ni siquiera cuando la chantajearon, como a muchas otras, con una pensión de viudedad si decía que su marido había muerto por causas naturales.
O la familia entera de Rosa Berrocal Carretero, cuyo hermano estuvo metido en un zulo durante quince años, su padre, cuatro años preso por no revelar dónde estaba su hijo, su abuelo, asesinado tras las palizas recurrentes de la Guardia Civil para que confesara el paradero del nieto y un primo de su abuelo, trabajador de El Faro de Ceuta, fusilado en los primeros días. “La última vez que se llevaron a mi abuelo al río, le metieron una paliza horrible. Cuando subió para la casa con la muerte retratada en la cara, le dijo: Rosa, no puedo más. Y le dio un vómito de sangre dejándolo sin vida. En aquel momento, mi abuela se vio perdida porque habían matado a su marido, su hijo mayor estaba preso, Francisco metido en aquel horrible boquete y Juan en el frente…Se había quedado con los demás hijos, todos pequeños, y ella se tuvo que hacer cargo de llevar la finca”.
Recoge el libro también, el testimonio de familiares de mujeres que sí fueron asesinadas, porque, aunque en menor proporción que a los hombres, a ellas, también las mataron. “El régimen franquista tenía una política represiva contra ellas. Así, eliminaron mediante el fusilamiento, a las resistentes y/o mujeres más activas social y políticamente; encarcelaron, torturaron y castigaron públicamente a las esposas, hijas o madres de los hombres fusilados para aterrorizar a la población; e impusieron un modelo social machista, patriarcal y tradicionalista”.

Es el caso de las primas Juana y Juani Domínguez Ortega, que perdieron a cinco familiares: por parte de padre, su abuelo, su abuela y una tía abuela; por parte materna, a su abuelo y un hijo de éste.
O el de Pasión León Díaz, un relato sobre el duro exilio que vivieron las familias. Su padre, Sebastián León Rubiales, albañil de la CNT en Jimena, y su madre, Milagros Díaz Sánchez, cogieron a sus cuatro hijos y desde Jimena llegaron a Málaga, Almería, Alicante, Cataluña y Francia. En la frontera, fueron separados de su padre, al que nunca volvieron a ver. Él terminó en el campo de internamiento de Sant- Cyprien y murió de un cáncer. Su madre llegó hasta la Bretaña francesa y cuando entraron los alemanes en Francia, tuvieron que volverse a Jimena.
El de la propia madre de Juan León Moriche, Ana Moriche Ruiz, a cuya familia le robaron las autoridades franquistas una casa en el castillo de Castellar de su propiedad desde 1919 y que el primer alcalde fascista del pueblo, Francisco Ruiz Piña, la ocupó, la escrituró y la legó a sus sobrinas. “Quién se iba a atrever a decirle al alcalde fascista que esa casa no era de él. Mi abuela, no”.
"En el Campo de Gibraltar mataron a 683 personas, pero eso es lo que está documentado. Los historiadores hablan de un millar"
Los testimonios también hablan de casos de bebés robados, como el que le ocurrió a Ana Britto Moya en 1973, a la que le quitaron un hijo en el Hospital Municipal de La Línea. Y de situaciones específicas de la comarca del Campo de Gibraltar, como el oficio de recoveras o matuteras, “mujeres que compraban en La Línea productos de contrabando procedentes del Peñón y luego los vendían por pueblos y campos que recorrían a pie en agotadoras jornadas”; el desgarro que supuso para muchas familias la existencia de la Verja, en la medida en que unos quedaron en la Línea y otros en Gibraltar y el trabajo de mujeres valientes que ayudaron a refugiados que cruzaron a la Roca para refugiarse allí y empezar una nueva vida.
Carmen Devicenci, vecina de Gibraltar, recuerda cómo su madre montó, tras la muerte de su padre, un bed and breakfast y allí terminaron todos los refugiados españoles. “Tuve niños españoles durmiendo en mi propia cama y en la de mi hermano, y teníamos refugiados por todas partes, durmiendo en el suelo, en los pasillos, donde hubiera sitio disponible y lo recuerdo muy claramente porque es algo, que incluso cuando eres muy joven, no puedes olvidar, es imposible olvidar algo así”. Como venían huyendo, muchos dejaron a sus familiares atrás, “y mi madre iba, a su propio riesgo, a intentar traerlos para ellos”.
Y así, un testimonio tras otro, conforman la primera parte de este libro que es completado con fuentes documentales y con el estudio tras el cotejo de todo el material. “En el Campo de Gibraltar mataron a 683 personas, 34 de ellas, mujeres, pero eso es lo que está documentado. Todos los historiadores nos dicen que pueden haber llegado al millar porque hay muchos asesinatos que no fueron registrados y otros que se hicieron pasar por casos de muerte natural”. Además, tal como confirma Moriche en sus conclusiones, la mayoría de los crímenes se cometieron entre julio y diciembre de 1936, 16 en 1937, algunos en 1938 y posguerra y el robo de los bebés en los años 70.

Más de la mitad de las mujeres entrevistadas confirman que sus familiares asesinados eran de clase trabajadora: trabajadores del campo, carboneros, jornaleros, trabajadores del corcho, un albañil. “Esto demuestra que fue una guerra contra el pueblo alentada por las potencias fascistas, no una guerra civil. En el Campo de Gibraltar había una mayoría aplastante de trabajadores y trabajadoras que apoyaban la República, con un porcentaje de votos al Frente Popular del 85% en Algeciras, el 90% en La Línea y el que menos, Tarifa, con un 68%. Así que no había dos campos de Gibraltar. Había uno y unas élites. Fue, sin duda, una guerra de clases”.
"Fue una guerra contra el pueblo alentada por las potencias fascistas, no una guerra civil"
“Lo peor fue el hermetismo, el silencio aprendido. Las familias de las víctimas del franquismo, aparte de sufrir el dolor de la pérdida, del hambre, del desamor, de la amenaza, de la extorsión, no tuvieron la posibilidad de compartir las penas, de aliviar el dolor, porque cada una la sufrió en silencio en su casa”, insiste Moriche. “Fueron utilizadas como arma de guerra, las violaron (sólo uno de los testimonios habla de una violación, pero ha sido un tema tabú entre las entrevistadas), las chantajearon y se hacía escarnio público con ellas; las niñas ayudaron a sus madres como recoveras y 49 de las 58 entrevistadas, aseguran que no se hablaba nunca o casi nunca del familiar asesinado. Aprendieron que de eso no se hablaba y lo peor, es que ese silencio ha sido muy dañino para ellas y para la sociedad. Nadie les ha hecho un homenaje, un reconocimiento nadie les ha dado un abrazo y les ha dicho, os queremos. Las víctimas han vivido su dolor en su casa, interiorizando, en algunos casos, su culpa, como si se lo merecieran. Yo en el libro explico que es lo mismo que hacen los maltratadores: mató a su mujer por esto, por lo otro…no, la mató porque tenía la intención de matarla. Y esto es igual: a Lorca no lo mataron por rojo o por maricón, lo mataron porque tenían la intención clara de matarlo. No hay que buscar una razón”.
Para Moriche, esa losa de silencio explica que “a día de hoy, haya descendientes de fusilados que sean de extrema derecha, porque la familia asumió que eso pasaba por meterse en política”, o que, entre la juventud, esté de moda ser franquista. “Eso es una aberración y hemos llegado a esto porque la sociedad no ha hecho lo que debería, un homenaje a las víctimas, un recuerdo del dolor, un tener presente lo que es la inhumanidad, la crueldad, lo que es el fascismo. Esto no es hacer política partidista, estamos hablando de derechos humanos. Y como no se ha hecho esa pedagogía, todavía tenemos que aguantar lo que estamos aguantando”.
Su libro quiere, al menos, dar voz a esas historias familiares desgarradoras que no salieron de una mesa camilla. No puede decantarse por ninguna. Todas le han llegado. “Lo único que sé es que hay mucho dolor y que para la mayoría, contarlo ha supuesto un alivio, un desahogo porque la pena si se comparte disminuye y la alegría si se comparte crece, y a ellas, no les dejaron ni siquiera eso”.