Casi cuarenta mayas, una docena de cruces pequeñas y cuatro grandes, desfilaron a lo largo de la mañana de este 1 de mayo en una fiesta única, reflejo de una herencia cultural que ha sabido adaptarse a los tiempos. La Peña La Giraldilla fue la responsable, en 1976, de recuperarla cuando se encontraba al borde de la desaparición. Lo hizo dándole un formato de concurso que ha perdurado hasta hoy y que cada primavera involucra a nuevas generaciones decididas a mantener viva esta expresión popular adaptándose a los gustos de los tiempos que corren con un marcado carácter cofrade.
Una fiesta de marcado origen celta
Aunque no existe una documentación específica sobre las Mayas de Carmona antes del siglo XIX, investigadores como Julio Caro Baroja o Carmen Ortiz han señalado que en diversas regiones de España las fiestas de mayo combinaban el adorno de árboles —los llamados mayos arbóreos— con la elección de una joven, generalmente en edad núbil, decorada con flores y cintas como símbolo de la fertilidad y la renovación de la primavera.

Esta figura, conocida como maya, aparece documentada en Castilla y León, Castilla-La Mancha y Madrid, donde ha perdurado hasta fechas recientes. Antropólogos como José María Domínguez Moreno o José Manuel Pedrosa han rastreado cómo esa exaltación de las mozas pasó a integrarse en la cultura popular y la literatura del Siglo de Oro, donde autores como Lope de Vega reflejaron estas tradiciones ya cristianizadas en honor a la Virgen durante el mes de mayo.
En el caso de Carmona, Fernando de la Maza —profesor del Deutsche Schule de Sevilla e investigador en temas antropológicos y religiosos— ha situado el origen de la festividad en antiguos ritos europeos de culto a la naturaleza. Según sus estudios, este tipo de celebraciones de primavera estuvieron presentes en toda Europa, especialmente entre las comunidades celtas, que asociaban el inicio de mayo con rituales de fecundidad y con el comienzo de los desposorios juveniles.

En la localidad, esta costumbre pervivió hasta bien entrado el siglo XIX. La documentación más antigua recoge la imagen de una niña sentada en un sillón mientras recibía dulces y limosnas conocidas como “chivos”, una posible derivación del ochavo, moneda de escaso valor (dos maravedíes). El arqueólogo Jorge Bonsor dejó testimonio gráfico de esa tradición con una fotografía en la que tres niñas, coronadas con flores y estolas florales, posaban en el Alcázar de Arriba, hoy Parador Nacional.
De la repoblación medieval a la cristianización
Según De la Maza, esta costumbre podría haber llegado a Carmona con los repobladores procedentes de León y Soria durante el reinado de Alfonso X. Algunos rasgos lingüísticos y culturales de esas comunidades, según el investigador, todavía eran perceptibles en la ciudad hasta finales de la década de 1960.


A lo largo de los siglos, la celebración original fue asumiendo elementos cristianos. La figura de la niña maya acabó siendo sustituida, ya en el siglo XX, por imágenes o estampas de la Virgen. Durante la Ilustración, tanto la Iglesia como la monarquía —en especial bajo Carlos III— intentaron suprimir estas manifestaciones populares y prohibieron expresamente la petición de monedas, lo que provocó su progresiva desaparición en muchas localidades.
Una tradición en transformación
La evolución de la fiesta en Carmona no se detuvo tras su recuperación en 1976. El clásico paso infantil con la cruz florida (cada vez menos florida y más de madera), que en sus inicios era portado por una, dos o cuatro personas, ha dado paso en los últimos años a auténticas parihuelas que requieren hasta nueve costaleros.
Cada 1 de mayo, Carmona revive una tradición con raíces ancestrales, dándole impronta y renovándola para así mantenerla como una tradición que pasa de generación en generación. Un jueves festivo en el que familias completas se han echado a la calle para celebrar la llegada de mayo, el mes de María, en un ambiente donde la historia, la devoción y la tradición se entrelazan.