Tánger k n bagík:  dintel del mar

Historia, cultura, espíritu que se eleva en un lugar que he tardado mucho en conocer y que ya es de “mis lugares”

01 de mayo de 2025 a las 13:33h
Interior de restaurante en Tánger.
Interior de restaurante en Tánger. EDUARDO DE LA HOZ

Cómo puedo olvidarte, Tánger, si eres un engrama ancestral tatuado en mi espíritu. Encontrarme contigo es reconciliarme con todo, incluso conmigo misma, a pesar de haberte conocido tarde, o no, qué va. Justo a tiempo, pues te miro con madura fascinación. En Tarifa decidimos repetir la aventura en moto. Poco equipaje y en los ojos el brillo del entusiasmo interior. 

Me atraviesas con los nombres que reconozco, viejas lecturas amadas: Bowles, Kerouac. Cuando vibré en los años universitarios con los poemas que allí se fecundaron, todo lo beat,  el aroma imaginado, exótico de los lugares que a veces no deben conocerse porque pertenece a los sueños. Pero sigues siendo mito, y lo serás. Tánger, invítame a perderme en la medina, como la pasada Navidad en que sorteamos de nuevo tu exquisita sordidez: gatos callejeros, chicos jóvenes, callejeros también como los gatos, que ofrecen algo "bueno" para fumar.

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Tajine de pollo.

Cae el sol. Se apagan las tiendas. Huele a especias y mar. Nos sale al encuentro un pequeño local: Kebdani Restaurant. En seguida nos enamoramos de la decoración, la atmósfera, el ambiente. La planta primera, llena de comensales, casi todos europeos (nos encanta inventarnos historias sobre aquéllos que se nos cruzan por el camino, adivinarles una vida bohemia como la que queremos, vernos en ellos). Nos llevan abajo, a un saloncito encantador en un sótano. Qué suerte, queda una mesa. El camarero nos atiende con amabilidad en castellano perfecto, y nos cuenta que nació en Ifrane. En seguida se ponen en marcha los resortes de una nueva ruta que planear. 

Harira, para entrar en calor, tajine de pollo, exquisito té a la menta. Y pastelitos, que no falten. Es cierto que somos forofos de la gastronomía marroquí y aunque repetimos platos y sabores, disfrutamos de los contrastes, matices, diferencias…

Aún es veinticinco de diciembre, solo una hora para la medianoche, y esquivamos la melancolía entre las callejas de la medina, desiertas, arriesgadas quizás, hasta llegar a nuestro alojamiento. Las puertas azules del riad Sultana se abren a otra dimensión exquisita. Pura esencia árabe, belleza y confort.

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Pinchitos y comida marroquí.

Y vuelvo a dejar que seas lo que quieras en mi vida. Mañana caminaremos para buscar mi perfume, un dromedario de peluche para mi hijo, cerámicas, incienso. Veremos al pasar el Instituto Cervantes, su soñada biblioteca, recordaremos a Goytisolo, pues siempre gustamos de las mejores compañías, almorzaremos en Le Bistrot du Petit Socco y descansarán nuestros huesos, antes de pensar en el regreso, de cara al océano en el Café Hafa, este dintel de mar en el que se agolpan turistas (como si no lo fuéramos nosotros) para fotografiar su nombre. Sigue en pie este mito, y trae la brisa reminiscencias de lo que fue. Historia, cultura, espíritu que se eleva en un lugar que he tardado mucho en conocer y que ya es de “mis lugares”. 

Un té frente a Tarifa, nuestro universo al otro lado, o quizás esté aquí y no lo sabemos.

No huimos de nada ni de nadie, pero nos queda la aduana última. El temporal nos obliga a recorrer la costa. La euforia no nos deja pasar frío, descubriendo playas y lugares de camino a Tánger Med, mastodonte luminoso que siempre vemos desde casa. De allí sí salen barcos grandes, como grandes nuestros deseos de volver.

Y es que de esta eternidad no se regresa, aunque nos espere en casa la rutina.

Sobre el autor

Rosario Troncoso.

Rosario Troncoso

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